TOCA RENDIRSE

Toca rendirse

En lo cotidiano hay cosas que nos duelen, nos desagradan, nos sacan de nuestra zona de confort y nos quitan la paz. ¿Cómo las enfrentamos?

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Yoga / IlustraciónCréditos: Pixabay
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Toca rendirse

"¡Qué incomodidad!", pienso al realizar una de las posturas que la maestra de yoga pide. El cuerpo se convierte materialmente en un nudo humano y aunque trae grandes beneficios al organismo, no me gusta. Y claro no me gusta, porque no puedo hacerla.

Mientras mi cuerpo lucha con las leyes del equilibrio, todo mi ser me exige salir de la incomodidad. La respiración agitada trata de palear el dolor provocado por la compresión, pero sólo logro que la molestia empeore.

Mientras sigo en ese estado, escucho decir a Alicia, mi maestra: "Respiren profundo, relajen su cuerpo. Conquisten la postura y traten de superar la incomodidad". Como no había de otra, decidí poner en práctica las indicaciones recibidas.

Comencé por tranquilizar mi respiración y relajarme -en lo posible-, para rendirme a la postura y dejar de pelear con mi propia resistencia mental y física; y, sobre todo, traté de hacer oídos sordos a los gritos de auxilio que salían de mis músculos y rodillas. Si bien la postura nunca se tornó agradable, pude darme cuenta de que al aplicar lo anterior, la tensión en las piernas disminuía y la tortura aminoraba. "Vean qué les enseña la postura", escuché decir a Alicia. Es cierto que al final pude atisbar que, con mucha paciencia y práctica, quizás, un día pueda llegar a conquistar la dichosa asana.

También pude darme cuenta de que la mayor barrera a vencer es la mente, porque crea pensamientos basados en el miedo a permanecer, a quedarse inmóvil y aceptar rendirse. Porque éste es el verdadero tema: la rendición a lo que es, en el momento presente.

Al salir de la clase, además de sentir los beneficios de haber avanzado unos milímetros en mi comprensión del yoga, pensé, cuán parecida es esta práctica milenaria a la vida diaria.

En lo cotidiano hay cosas que nos duelen, nos desagradan, nos sacan de nuestra zona de confort y nos quitan la paz. Por ejemplo, una enfermedad, asuntos pendientes por resolver, dificultades con algún familiar o compañero de trabajo, decisiones importantes que tomar, compromisos incumplidos ante nosotros mismos y demás. ¿Cómo las enfrentamos?

En lugar de aceptar el caos, la incomodidad y darle la bienvenida para transformarla, solemos convertirnos en escapistas del sufrimiento. Bloqueamos y guardamos la sensación incómoda debajo del tapete, para narcotizarnos con la televisión, el trabajo, la comida, la bebida y las compras. Al sostener la resistencia a la incomodidad y al dolor, todo nuestro sistema se bloquea, se cierra y en nada ayuda. No hay avance.

El otro día, al término de una conferencia que di, se acercó una joven a decirme: "Gaby, ¿por qué mientras te escuché a ti y a la música que nos pusiste, todo el tiempo sentí ganas de llorar?", "Porque quizá traes atorada alguna emoción que pide a gritos que la reconozcas y la valides. Con seguridad la has evadido… Llorar es muy bueno, te da libertad y, sobre todo, transmutas la emoción. Mientras no lo hagas, la emoción pedirá a gritos que la escuches o se hará escuchar", le respondí.

Al comentarle lo anterior, le hablé con conocimiento de causa, lo he vivido.

Es en esas ocasiones, en las que no hay de otra, que nos toca doblar las manos y rendirnos. Eso no quiere decir que no hagamos nada para cambiar las cosas en un futuro. El primer paso es darnos cuenta de que existen ese dolor y esa resistencia, así como identificar qué artimañas utilizamos para evadirlos. Al hacerlo toca, sentirlos y permanecer ahí hasta reconocerlos y aceptarlos.

No cabe duda, las mayores lecciones vienen al tener el valor de confrontar aquellas cosas que nos quitan la paz. Toca rendirse.

Hombre sentado / Ilustración / Foto de Cassiano Psomas en Unsplash