PALABRAS

Nos estamos quedando sin palabras

De acuerdo con la escritora Ellen Duthie, hoy existe una tendencia a “entontecer” o como se conoce en inglés, dumbing down, práctica que se detecta en todo tipo de contenidos audiovisuales, así como en escritos dirigidos a los niños

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24 Jun 22 - Nos estamos quedando sin palabras

“No hay nada en el mundo tan hermoso como una mirilla. Pero tiene que ser una verdadera mirilla, una mirilla auténtica, tal como la que tenía Juanito en el monte”, lee entusiasmada Vera, una amiga mía que se propone, de alguna forma, resucitar ese empastado color vino lleno de cuentos que su propio padre le leía, cuando una vocecita lo interrumpe: “mamá, ¿Qué es mirilla?”.

Resuelve la duda y continúa con el entusiasmo de quien conoce esas historias de antaño y las ha oído una y otra vez, pero entonces algo pasa: tras una serie de interrupciones continuas de preguntas en torno a las palabras del cuento, Vera empieza por cambiarlas –ágilmente – por palabras más ligeras, menos desconocidas. ¿Qué pasa? ¡Nos estamos quedando sin palabras! ¿Por qué? ¿Es que los niños de ahora serían incapaces de entender las palabras originales?

De acuerdo con la escritora Ellen Duthie, hoy existe una tendencia a “entontecer” o como se conoce en inglés, dumbing down, práctica que se detecta en todo tipo de contenidos audiovisuales, así como en escritos dirigidos a los niños. Hoy les hablamos con voz tipluda y condescendiente: los caballos son arre arre y los perros guau guau. El vocabulario de antaño, rico y variado, no aplica más. En este proceso, por supuesto, no estamos exentos los adultos. En la televisión, todo nos lo dan digerido, con interrupciones para evitar que dejemos de concentrarnos. En los medios escritos, el vocabulario no es tampoco rico y variado y hasta te acusan de usar palabras rimbombantes o domingueras si manejas un vocablo desconocido.

Hoy el neoliberalismo, la cultura mosaico, gana batallas. El neoliberalismo busca mano de obra barata, excedente, dócil y severamente inculta y lamentablemente caemos en ese tipo de actitudes.

Miras la televisión: abundan programas simples cuya oferta comercial no es, digamos que muy cultural. Y las tecnologías ni qué decir… los mensajes que se envían son por poco balbuceantes o encriptados. 

Las editoras tradicionales no son mejores: tienen mayor inclinación a best sellers y productos de marketing que a la propia literatura.

Hay un temor a la frustración del niño, por no entender una palabra y querer abandonar la lectura debido a la complejidad de las palabras. Entonces, la editorial –o el mismo escritor – y en algunas ocasiones hasta el padre lector, termina por buscar sinónimos más cotidianos, palabras ligeras, entendibles, digeribles.

Hoy nos quedamos sin palabras, sin conversación, nos volvemos mudos y nuestros dedos hablan por nosotros. Estamos frenéticos, envueltos en el neoliberalismo, pero también en un mundo globalizado, en un caos citadino que nos carcome. Disponemos de menos tiempo, buscamos lo sencillo, lo cómodo y práctico y en ese ínter no participan las palabras que hoy llamamos domingueras, pero que con anterioridad utilizábamos cotidianamente.

La tecnología ha dejado también en desuso las bibliotecas escolares, todo lo buscamos rápido y con urgencia. No tenemos tiempo para aprender, las tareas se realizan prontas, no hay espacio para más. 

Los adultos nos sentimos agobiados, ajetreados, sobre pasados y por eso, dejamos que el tiempo para jugar lo ocupe la televisión o la tableta electrónica. Nos quedamos sin palabras.

Sería bueno hacer una pausa, aprender a vivir con menos prisa, más a detalle. Olvidarnos de pronto de la tecnología y mirarnos. Usar palabras olvidadas, vivir mejor.

Mujer Leyendo / Ilustración / Pixabay