JULIO CORTÁZAR

El valor de la traducción

No es común que pongamos atención en el nombre de la persona que traduce algún libro que estemos leyendo. Percibimos cuando una traducción es mala, porque algún detalle del relato se vuelve incomprensible o extraño

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15 Nov 22 - El valor de la traducción

Corría el año 1953 y el escritor argentino Julio Cortázar se encontraba viviendo en París con su primera esposa Aurora Bernárdez. Se habían mudado convencidos de que era el lugar en el que querían vivir para siempre. Pero París es una ciudad cara, muy cara y la joven pareja se veía obligada a vivir con lo más indispensable.

Aunque Cortázar había comenzado a publicar y sus textos eran bien recibidos, aún estaba lejos de alcanzar fama y fortuna.  Además, se hacía cargo de la manutención de su madre y su hermana que vivían en Buenos Aires. En esas circunstancias recibió, desde el otro lado del océano, un encargo interesante.

La Universidad de Puerto Rico le propuso traducir la obra narrativa completa del escritor norteamericano Edgar Allan Poe.  Eran 64 relatos que debían ser traducidos a la perfección en una labor casi de tiempo completo que sería pagada hasta su entrega.

Decidió aceptar y se mudaron a una pensión en Roma donde los gastos serían mucho menores. Y así, en el transcurso de unos meses, el escritor argentino entregó las 2 mil páginas traducidas que cobraría hasta ya entrado el año 1954.

Este episodio literario, relata el nacimiento de una de las más estupendas traducciones que existen de la obra de Edgar Allan Poe que hizo (y sigue haciendo) que muchos lectores hispanohablantes disfruten al máximo de la obra del gran autor norteamericano.  Pero, ¿en qué consiste el valor de la traducción?

No es común que pongamos atención en el nombre de la persona que traduce algún libro que estemos leyendo. Percibimos cuando una traducción es mala, porque algún detalle del relato se vuelve incomprensible o extraño.

Pero una buena traducción normalmente no la elogiamos, precisamente porque tiene la virtud de volverse invisible, dándole al texto una naturalidad cautivante.

Cada idioma, decía Jorge Luis Borges, es un modo de percibir el Universo y eso debe tenerlo en cuenta quien traslade un texto de una lengua a otra. La tarea de un traductor es muy noble, por ser compleja y modesta al mismo tiempo. Y esto podría llevarnos a valorar otros momentos de la vida en los que esa cualidad, esa capacidad de ser inteligente y discreto a la vez, es indispensable y enriquece la comunicación entre todos.

Las relaciones entre las personas son un ejercicio permanente de acercamiento, una suerte de traducción que debemos enfrentar con alegría y paciencia. Cada cabeza es un mundo, y cada mundo pone siempre por delante sus prioridades, sus obsesiones, sus inquietudes, sus deseos.

A lo largo de la vida, tenemos el desafío de traducir muchos firmamentos. El de los niños, por ejemplo, a quienes nos toca comprender y enseñarles a conocer los otros ritmos del mundo.

Aprendemos después a darle sentido al lenguaje de los amigos y de los amores. Formamos pareja traduciendo día a día el sentido que el mundo tiene para el otro. Y asimilamos también, el ritmo ralentizado de los más viejos para poder acompañarles en su camino. El tiempo nos enseña a traducir esos instintos ajenos y darles sentido en comunión con los nuestros.

¿No crees que hay mucha sabiduría en todo esto?

Volviendo al símil literario, recordemos que Cortázar pensaba que traducir le ayudaba a ser mejor escritor.  De la misma manera, conocer el lenguaje de los otros, también nos ayuda a ser mejores personas.

Mujer Leyendo / Ilustración / Pixabay