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En México las festividades de los días 1 y 2 de noviembre, dedicadas al recuerdo de nuestros difuntos, tiene el aroma y el intenso colorido de la flor de cempasúchil. Esta flor no puede faltar en los altares de las casas, los cementerios, las iglesias, los museos y los sitios públicos.
Se coloca en ramos o en macetas y sus pétalos se desparramas por el suelo para formar caminos que según la tradición deben guiar a las almas de nuestros seres queridos.
Por eso las fiestas dedicadas a los difuntos, en México, no son lúgubres, si no que están siempre iluminadas por brillantes tonos amarillos.
El cempasúchil es una flor de origen mexicano, que crece silvestre y se cultiva en muchos lugares de nuestros país, ya que se adapta muy fácil a climas y altitudes que van desde el nivel del mar hasta los 2800 metros de altitud.
Científicamente se le conoce como Tagete erecta y en inglés la llaman Marigold, el nombre con el que nosotros la conocemos viene del término náhuatl cempôhualxôchitl, que significa 20 flores o flor de los 400 pétalos.
Pero sabías que en las distintas lenguas indígenas esta flor tiene su propio nombre, por ejemplo, apátsicua en purépecha yita cua, en mixteco, púua, en cora y jondrí, en otomí.
Fray Bernardino de Sahagún, evangelizador del S. XVI narró en una de sus crónicas que los mexicas apreciaban mucho esta flor y que la cultivaban en sus huertos.
Su uso ritual y decorativo viene de los templos prehispánicos, pero se conservo en la época virreinal, en los festejos de todos Santos y Fieles difuntos.
También ha sido muy apreciada por sus usos curativos, en la herbolaria tradicional mexicana se recomienda para problemas estomacales, cólicos menstruales, trastornos hepáticos o afecciones de la piel y en tiempos reciente la industria farmacéutica ha usado sus pétalos en medicamentos contra las cataratas y la mácula ocular por su alto contenido de luteína, un importante carotenoide.
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