Con la reciente muerte del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se reviven frases, momentos, anécdotas y circunstancias que incomodaron a más de uno y alimentaron la imaginería popular a veces con delirio y torpeza.
Sea cual resulte la narrativa de las declaraciones, ideologías y por supuesto, textos literarios, ensayos y análisis políticos, el peruano es un referente cultural e intelectual del pensamiento hispanoamericano de la segunda mitad del siglo pasado y el primer cuarto del presente.
Seguramente resistirá al olvido otra parte de nuestro tiempo, porque sus libros como sus ideas aún tienen eco entre lectores, políticos, periodistas y críticos del llamado boom latinoamericano.
En las tertulias, los anecdotarios y la memoria popular se conservan y –en ocasiones, no las menos– se repite sin contexto y distorsionada la frase pronunciada por Vargas Llosa aquel 30 de agosto de 1990 en el Museo Nacional de Antropología, en el famoso Encuentro Vuelta que convocó Octavio Paz y promovido por el Partido Revolucionario Institucional y transmitido por Televisa cuyo tema central era “El siglo XX: La experiencia de la Libertad”.
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Durante los siete días que se presentaron las mesas de debata, las conferencias y la discusión de las ideas con intelectuales de talla internacional, del debilitado bloque comunista y el fin de la Perestroika, el naciente modelo ideológico de la economía global el neoliberalismo y las dictaduras latinoamericanas.
Justo bajo ese contexto, Vargas Llosa en su toma de palabra reflexión en torno a las crisis de los países de América del Sur con los golpes de Estado, el caso de Cuba y, tras una (quizá, autocensura arrepentida) pidió el micrófono y exclamo: “[…] Espero no parecer demasiado inelegante por decir, lo que voy a decir. Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición dictatorial latinoamericanas.
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Creo que el caso de México encaja dentro de esta tradición con un matiz, que es más bien el de un agravante. México es la Dictadura Perfecta.
La dictadura no es el comunismo, no es Fidel Castro, es México porque es la dictadura camuflada con todas las características: no de un hombre, sino de un partido que es inamovible, de un partido que concede suficiente espacio para la crítica, pero siempre y cuando le sirva para reafirmar que es un partido democrático, pero que oprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia… De modo tal que México es un ejemplo de Dictadura Perfecta”.
Aquella reflexión transmitida vía satelital a todo el mundo en directo por la señal de Televisa podía en situación incómoda no sólo al organizador Octavio Paz, a quien puede verse en los videos su gesto y postura mientras Vargas Llosa acuñaba para el PRI de Salinas de Gortari el término de Dictadura Perfecta.
Lo demás es parte de las anécdotas, si molesto el poeta quien deseaba seguir la discusión en el coctel, pero el peruano prefirió mejor salir del recinto y dejar las aclaraciones para otro momento.
Han pasado más de tres décadas de aquel momento incómodo y revelador ante una realidad político-ideológica y social en nuestro país, hasta que el nuevo siglo trajo un falso y deprimente aire democratizador -como le había ocurrido en 1911 a Díaz con Madero con un trágico final para la vida de libertades del país.
Aunque México ensaya formas de democracia, el sistema latinoamericano está arraigado en el paternalismo poderoso del líder de un partido con una hegemonía en la forma de ejercer sobre el judicial y el legislativo. Con certeza creo en aquellas razones que Vargas Llosa dio para referir a la dictadura camuflada de democracia, pero además con consecuencias de injustica, corrupción y desigualdad.
Cada vez más perfecta la maquinaria de una forma de hacer política permanente.
Abramos la discusión: @salmazan71