¿Qué se obtiene al triturar grasa, piel, cartílago, vasos sanguíneos, nervios y un poco de carne de pollo? Uno pensaría que es una receta sacada del grimorio de un alquimista desquiciado, un atentado culinario contra la humanidad. Pero no. Se trata, ni más ni menos, que de la fórmula estándar de uno de los bocadillos más amados por chicos y grandes: los nuggets de pollo. Este invento nos recuerda que al ser humano no le importa lo que come, siempre y cuando sepa rico. Y si sabe rico, se lo zampa como si fuera agua bendita.
¿Y cuál fue el origen de este manjar procesado? No, no fue un loco que asaltó una pollería en un rapto de inspiración caníbal. Fue la ciencia. Sí, la ciencia al servicio del consumo masivo.
Corrían los años cincuenta, tiempos de posguerra. Estados Unidos vivía lo que algunos llaman el “sueño americano”: Coca-Cola en cada esquina, jazz en la radio, y la mayor preocupación de Betsy, la porrista del año, era quién la invitaría al baile de bienvenida. Claro, dejando de lado detalles menores como el machismo rampante, la segregación racial, el imperialismo global y la amenaza constante de guerra nuclear.
Te podría interesar
En esa atmósfera de bonanza domesticada, las grandes compañías, con ayuda de científicos muy listos (y con hambre de ganancias), comenzaron a experimentar con nuevos productos que resolvieran los líos cotidianos de la vida urbana. Uno de esos productos estrella fue el pollo. Por entonces, la carne de ave era vista como una opción menor: si había steak o chuletas, ¿para qué pollo? Intentaron hacerle campaña, pero con poco éxito.
Y fue entonces cuando apareció Robert C. Baker, profesor de tecnología alimentaria en Cornell, quien, en un ataque de genialidad (o de travesura académica), inventó los nuggets. Su receta no incluía precisamente pezuñas ni picos —eso vino después, con la industrialización brutal del invento—, pero sí trituraba carne, grasa, piel y cartílagos hasta formar una masa informe. Luego, se empanizaba y freía hasta volverse dorada, crujiente… e irresistible.
Te podría interesar
Lo más curioso es que Baker no patentó su creación. Así que cualquiera podía copiar la receta y freír nuggets a su antojo. Las cadenas de comida rápida hicieron el resto: lo convirtieron en símbolo de infancia, antojo, y comida rápida por excelencia.
Desde entonces, no importa cuántas veces repitamos de qué están hechos: los nuggets siguen reinando. Quizá por eso yo no los como. Si voy a comer los despojos del pollo, prefiero una buena pata o una molleja en mi vaso de elote, eso sí, con chile del que pica.
(Héctor Zagal, profesor de la Facultad de Filosofía, y Emilio Montes de Oca, coautores de este artículo, conducen el programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal” los sábados a las 17:00 en MVS 102.5)