Un bebedor termina su último trago. A contraluz, desde el fondo lo mira y compadece un bicho alado. Un coro de botellas de alcohol irrumpe con un abrazo de familia ausente. El insecto-ángel ofrece el mensaje divino, y el bebedor decide su significado: un dolor que es parte del camino hacia arriba o un castigo merecido. Un ciclo vicioso que se rompe o mantiene, si sobrevive el amor en el prado inhóspito de su pecho.
A poco más de un año de su último lanzamiento, Mitski regresa con su séptimo álbum de estudio, “The Land Is Inhospitable and So Are We”, una colección de 11 canciones en las que reflexiona con cadencia sobre las únicas cosas inherentes al cuerpo en un mundo fútil y efímero: el dolor y el amor.
Acompañada en su habitación, Mitski hace su rendición de “Heaven”. Aunque el mundo se destruya (y ella con él), dentro de estas paredes, es más fuerte la lluvia viva de la orquesta de amor. Un momento, un tesoro, que se extiende por años con el lento mecer de las cuerdas; un bálsamo para los moretones y heridas de las piernas; un paraíso cotidiano.
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Sin embargo, Mitski se aleja y termina esa relación en “Star”. Una nota se expande en el vacío, mientras ella se aferra a las sobras de luz de una estrella que viajan a años luz de distancia. Se despide con una sonrisa de agradecimiento, con los destellos arpegiados del amor que se acumula y acumula, hasta implotar en una gran supernova. Al final, se disipa en el silencio, con partículas de esperanza para un nuevo nacimiento.
Mitski nos da un recorrido por su hogar y su rutina en “I Love Me After You”. Vaga desnuda por su casa mientras arregla su cabello por la mañana; disfruta la libertad del desapego, tanto de lo material como de lo sentimental. No necesita de objetos ni de personas para encontrar felicidad. Declara su amor al único rey de esta tierra inhóspita, el que es capaz de destruir al sol con un gran golpe; que siempre vigila como un tambor constante; que gobierna cada centímetro de su piel y cada año de su alma: ella misma.
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Mitski le canta a su amiga eterna, la Luna, en “My Love Mine All Mine”. Ofrece lo único suyo; lo único que se quedará con nosotros cuando la tierra sólo sea polvo; lo único que trascenderá la carne: amor, sólo amor. Una energía que reparte vida con cada pisada de piano y se expande como viento entre ramas secas.
Mitski abre su corazón ante un mundo que se destruye en silencio. Hace música desde la intimidad del cuarto de su pecho, donde una guitarra y un piano bastan como amigos. Con cada nota, cada lamento y cada suspiro, Mitski se desprende del gran amor que infla su pequeño cuerpo, hasta desvanecerse en el polvo de este páramo inhóspito llamado mundo. Pero nada de lágrimas, pues de entre las piedras dolosas, tanto amor crece con semillas nuevas.