OPINIÓN HÉCTOR ZAGAL

Chismes artísticos

Se cuenta que el rey Carlos I comenzó a sentirse atraído por Margaret, de modo que ideó un plan para separar a van Dyck de su musa.

¿Han visto “Las meninas” de Velázquez? Este cuadro, ubicado actualmente en el museo del Prado.
¿Han visto “Las meninas” de Velázquez? Este cuadro, ubicado actualmente en el museo del Prado.Créditos: EFE.
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Los pintores no sólo pintan, también aman, sufren e intrigan. ¿Saben cuál era la carta de presentación que algunos usaban para que el papa los contratara? O bien, ¿se imaginan hasta dónde podía escalar un pleito amoroso por una musa? En efecto, los pintores también tenían sus chismes guardados y hoy les cuento algunos de ellos.

El primero tiene que ver con Margaret Lemon, una joven inglesa quien durante mucho tiempo fue musa y amante de Anthony van Dyck, un pintor flamenco que trabajaba para la Corte del rey Carlos I de Inglaterra.

Van Dyck encontró en la joven a una hermosa mujer para sus retratos, pero también a una gran administradora. Se dice que era una mujer llena de ingenio, tanto que Van Dyck la dejó a cargo de su taller. En efecto, era muy buena pues, de hecho, se encargó de construirles buenas relaciones al pintor para promocionar y vender mejor sus obras. Tal era la admiración que van Dyck sentía por ella que la incluyó en su “Iconografía”, una guía realizada por él mismo en donde incluía a las personas más ilustres y selectas de su época.

Sin embargo, se cuenta que el rey Carlos I comenzó a sentirse atraído por Margaret, de modo que ideó un plan para separar a van Dyck de su musa. Aprovechándose de que el pintor estaba a su merced, Carlos I lo obligó a casarse con una joven de la nobleza llamada Mary Ruthven. Van Dyck terminó casándose, pero eso sí, también se separó de la Corte inglesa y se fue a Francia.

Tras esto, Margaret Lemon se quedó sola. Algunos sostienen que se hizo amante de Carlos I aunque, de ser verdad esto, seguramente no duraron mucho pues pronto formó un nuevo amorío con el capitán Giles Porter.

Lamentablemente, el final de Margaret terminaría siendo trágico. Cual obra shakespeariana, tras enterarse de que su nuevo amor había muerto en batalla, Lemon no soportó la tristeza y se dio un tiro en el corazón.

¿Han visto “Las meninas” de Velázquez? Este cuadro, ubicado actualmente en el museo del Prado, es uno de los más célebres del pintor, pues logra captar el punto de vista que los reyes de España tenían justo cuando el propio Velázquez los estaba pintando. Por decirlo de otra forma, Velázquez termina pintándose a sí mismo mientras retrata a los reyes.

EFE

Pero de todas las curiosidades que este cuadro engloba, hay una muy puntual que fácilmente suele pasar desapercibida. Si ven el cuadro, notarán que la niña del centro, la princesa Margarita Teresa, recibe algo que le está dando una de sus meninas (infantes que le hacían compañía a los hijos de la realeza). Lo que le entrega es un búcaro, algo así como un vaso de barro cocido.

En ese tiempo las mujeres acostumbraban tomar agua en esos recipientes. Lo curioso es que, una vez que acababan, se comían el vaso. A esto se le conocía como bucarofagia, una costumbre árabe que, sin embargo, era muy popular en España. ¿Por qué lo hacían? Esta práctica traía consigo ciertas “ventajas”. Por ejemplo, quitaba el sueño, otorgaba un aspecto pálido en la piel e incluso servía como anticonceptivo al retrasar la menstruación. Tales efectos, en realidad, eran síntomas del envenenamiento que provocaba ingerir ese tipo de barro con el que estaban hechos los búcaros.

¿Un chisme más? Giorgio Vasari, quien es considerado por algunos como el primer historiador del arte, nos cuenta que el papa Benedicto IX quiso adornar la basílica de San Pedro con algunos cuadros. Para ello, le encargó a un cortesano viajar por Toscana, Florencia y Siena en busca del candidato perfecto para dicha tarea.

Estando en Florencia, el cortesano llegó al taller de Giotto y, una vez allí, le explicó al pintor el motivo de su visita. Tras escucharlo, Giotto tomó una brocha, la sumergió en pintura roja, se acercó a un lienzo y, en un movimiento sagaz, trazó una circunferencia perfecta con la rotación de su mano. Giotto le dio el lienzo al cortesano y le dijo que se lo entregara al papa.

El cortesano regresó a Roma extrañado pues creía que ese lienzo no bastaba para demostrarle al papa que era el indicado. No obstante, en cuanto Benedicto IX lo vio, supo que Giotto debía encargarse de decorar la basílica. En fin, talento más que suerte.

¡Atrévete a saber! Sapere aude!

@hzagal