Hace poco más de mil quinientos años cayó el Imperio Romano de Occidente, tras debilitarse por los excesos e ineptitudes de sus gobernantes. Un caos que culminó en el fin de una era y el nacimiento de una etapa oscura. Hombres y mujeres que comieron hasta vomitar, para seguir comiendo, mientras su mundo ardía en llamas. Una historia de ignorancia y dolor que se repite infinitamente, en cada país y dentro de cada persona.
Queens of the Stone Age regresan con su octavo álbum de estudio, “In Times New Roman”, en el que Josh Homme y compañía liberan la porquería que vivieron durante estos últimos cuatro años, a través de 10 canciones que recuperan su sonido brutal de enojo y frustración.
Un riff motor, con rasguidos de navaja, acompañan el cruento lamento de Josh en “Paper Machete”. En los últimos años, Josh atravesó un amargo divorcio con su exesposa Brody Dalle, además de una voraz batalla legal por la custodia de sus tres hijos, que incluyó órdenes de restricción por parte ambos. Son las palabras de esta lucha las que lo marcaron, como cortes de papel entre los músculos, tan grandes como cañadas. Sólo su guitarra grita más fuerte que un llanto frustrado, que resquebraja las murallas de un hombre tan fuerte y endeble, como lodo seco.
Queens nos lleva a ese lugar oscuro de la depresión en “Carnavoyeur”. El ritmo firme de la batería camina junto a Josh por un desierto cubierto de niebla, pues la desesperanza se ha adueñado de su mente. Aparecen los fantasmas de sus recién fallecidos amigos Mark Lanegan, Anthony Bourdain y Rio Hackford, quienes cantan como violines y guitarras espaciales. Aligeran el paso de Josh, quien acepta este final desolado, no como resignación, sino como un paso natural de vida perpetua; libre de ataduras y dolor.
En “Sicily”, violines y guitarras se integran en una cadencia dramática, que seduce como espejismo de un oasis en el desierto. La voz de Josh susurra como serpiente mientras los sonidos se mezclan y pierden en la lujuria de un banquete grotesco. Los golpes y las notas se descuadran hasta vomitar, como una metáfora de un mundo sofocado en placeres mundanos, ignorante de su autodestrucción, un día, un golpe, a la vez.
Por último, Josh recopila los retazos de su cuerpo, literalmente, para crear (según sus propias palabras) “un monstruo de Frankenstein de canción” en “Emotion Sickness”, ya que no hace mucho fue sometido a cirugía para remover un cáncer de su cuerpo. Breves silencios suturan pedazos de riff con baterías destazadas y rimas tartamudas, hasta encontrar coherencia en el coro, donde por fin Josh se resigna a dejar de luchar y solo comienza a volver vivir.
Años en medio del fango y la porquería, regresaron a Queens of the Stone Age a ese sonido crudo y honesto que re-enciende al rock, en un mundo post-pandemia. No son los únicos que han sufrido en este tiempo. Sin embargo, la música es el vehículo perfecto para canalizar ese dolor tras la crisis y el caos. Josh no quiere sanar; su guitarra es sólo una herramienta para reflexionar y avanzar tras los golpes de la vida. Caminar por el desierto, caminar por la ciudad; caer, levantarse, caminar de nuevo… siempre caminar.
Luis Antonio Durán Álvarez.