El momento de mayor riesgo en la construcción de un nuevo régimen político es garantizar la continuidad en el primer cambio de gobierno del partido o movimiento que esté impulsando dicha reconfiguración política. En un régimen democrático la continuidad despende de un dilema que recuerda al del huevo o la gallina: ¿Qué es más importante? ¿Ganar la elección a toda costa, o garantizar la continuidad ideológica con un candidato que se identifique al cien por ciento con el proyecto en construcción?
Como en el dilema del huevo o la gallina, hay pros y contras en esta disyuntiva. Por ejemplo, para incrementar la competitividad electoral, en 2018 Morena incluyó candidatos de derecha en el legislativo, como Lily Téllez o German Martínez. Cierto que Morena rompió el tradicional techo electoral de 20 millones de votos, pero también es verdad que Lily y German le dieron la espalda muy pronto, regresaron a apoyar al PAN en el legislativo y vulneraron la mayoría morenista obtenida en las urnas. En este caso, el pragmatismo significó un paso adelante y dos atrás. Por otro lado, tampoco ayuda la candidatura de alguien comprometido con el proyecto, si pierde la elección. Como Guadiana en Coahuila. En estos casos, optar por la convicción también puede implicar dar un paso atrás.
Morena tiene oportunidad de reconfigurar el régimen político mexicano. Ya superó sus primeras pruebas: ganó el poder ejecutivo federal y el de 23 entidades federativas, la mayoría legislativa federal y la mayoría de las legislaturas locales, y ya entregó el bastón de mando político y simbólico a quien, seguramente, ganará la presidencia en el 2024. Su siguiente prueba es elegir a quienes encabezaran las candidaturas para las nueve gubernaturas que se renuevan el próximo año. De ahí su dilema de apostar por la convicción o por el pragmatismo en este proceso de selección.
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Para alcanzar la mayor eficacia electoral posible y promover la participación indirecta del pueblo, Morena ha perfeccionado su método de selección de candidatos, que consta de cuatro etapas sucesivas y la injerencia del INE como determinante final. Primero, los respectivos consejos estatales proponen una lista paritaria inicial de aspirantes. Segundo, esta lista se incrementa con aspirantes que obtienen buenos resultados derivados de una primera encuesta de reconocimiento que se levanta en cada estado. Esto permite incluir a personas que, por alguna razón, no fueron contempladas por los consejos estatales, pero gozan de reconocimiento público. Tercero, se efectúa una valoración política, que significa incorporar a alguna personalidad que represente una alianza o un valor agregado con algún grupo o sector específico y relevante de poder. Cuarto, Morena levanta una encuesta final para determinar quiénes son los ganadores. Por cierto, en estos procesos también se levantan dos encuestas espejo en cada entidad, a fin de constatar la consistencia de los ejercicios estadísticos. Finalmente, el INE determina si, por paridad de género, cada coalición o partido debe presentar cuatro o cinco mujeres como candidatas. Para atender este criterio, Morena va a seleccionar a las cuatro o cinco mujeres mejor posicionadas en sus respectivas encuestas, independientemente del lugar que hayan obtenido en la justa demoscópica.
Este novedoso método de Morena está orientado a procesar las diferencias internas para postular a los candidatos o candidatas con la mayor rentabilidad electoral posible. Finalmente, el pueblo encuestado es quien define a la ganadora o ganador. Sin embargo, como señala Jorge Zepeda Patterson, este método privilegia el posicionamiento electoral en detrimento de trayectorias y propuestas específicas. Es decir, privilegia el pragmatismo frente a la convicción.
Este dilema, pragmatismo o convicción, ha dado origen a una intensa discusión pública en la CDMX, a raíz la incorporación de Omar García Harfuch a la contienda, pues de acuerdo con las encuestas, tiene un mayor posicionamiento que el de Clara Brugada, quien encarna la histórica lucha social en la ciudad. Sin embargo, en este caso específico la discusión es ociosa pues la elección entre un hombre y una mujer está en manos del INE y de la valoración política de Morena. El destino de la candidatura de Omar o Clara depende de si se aplica o no la paridad de género en la CDMX.
En Puebla también se vive este debate, pragmatismo o convicción, pero entre candidatos del mismo sexo, con lo que no incide el criterio de paridad de género. En Puebla se están midiendo en las encuestas finales tres mujeres y cuatro hombres. Revisemos brevemente la competencia entre los varones. Compiten varias generaciones y, por consiguientes, varias trayectorias, perspectivas y propuestas. Ignacio Mier es de 1961 y Alejandro Armenta de 1969. Ambos cuentan con una exitosa trayectoria dentro del PRI y una reciente conversión a la izquierda El primero en 2006 fue candidato al municipio de Puebla por la coalición Por el Bien de Todos y en 2017 se afilió a Morena. El segundo también se incorporó a Morena en 2017. Otro finalista es Julio Huerta, generacionalmente es cercano a estos dos aspirantes: nació en 1970. Su trayectoria política se circunscribe a la truncada administración del finado Barbosa, quien lo nombró director general de gobierno en 2019 y, a su muerte en 2022, fue ascendido a secretario de gobernación del estado.
Rodrigo Abdala es el millennial de los contendientes. Nació en 1981. Fundador de Morena, su trayectoria política la ha hecho de la mano de AMLO. Fue integrante de la primera generación de diputados federales morenistas, coordinador de la campaña presidencial de AMLO en Puebla. Posteriormente, AMLO lo nombró delegado de los programas sociales en la entidad. Así como Brugada en la CDMX, Abdala en Puebla representa la trayectoria más identificada con AMLO y comprometida con el proyecto de la 4T.
Analizar el caso de Puebla es interesante porque, de acuerdo con las encuestas, Morena es el partido mejor calificado y puede ganar con cualquiera de los siete finalistas. Por ello, como apunta Zepeda Patterson es riesgoso y problemático apostar únicamente por el posicionamiento de los personajes y dejar de lado trayectorias y propuestas. Si cualquiera de los siete aspirantes puede ganar, solo la trayectoria y la consistencia ideológica garantiza que quien triunfe esté dispuesto a envolverse en la bandera de la 4T para dar la batalla por el cambio de régimen político enfrentando a los poderes facticos que se oponen. La historia proporciona innumerables ejemplos de quienes, una vez en el poder, desconocen el proyecto que los impulsó y lo sustituyen por afanes personales. Al propio AMLO le fallaron varias apuestas en el poder ejecutivo, en el legislativo, y en el judicial.
Sin embargo, al parecer Morena ya se decantó por el pragmatismo en detrimento de la convicción debido a la preeminencia política del plan C. Según las prospectivas electorales, Morena ganará sin sobresaltos el poder ejecutivo. Pero en el caso del Legislativo, su meta es obtener la mayoría calificada en el Congreso de la Unión, lo que implica arrasar electoralmente en todo el territorio nacional. Solo así estará en condiciones de transformar al poder judicial, erigido actualmente en uno de los principales diques a la 4T. Esto implica que la racionalidad para la elección de las candidatas y candidatos a los puestos de elección popular en el 2024 es la de la máxima rentabilidad electoral: quedaran las personas que, de acuerdo con el ejercicio prospectivo de las encuestas, garantice el mayor número de votos posible. Esta racionalidad también implica un riesgo para la construcción de un nuevo régimen político. El gran problema es que este riesgo no se puede medir con encuestas ni con ninguna otra herramienta analítica disponible. ¿Qué es primero? ¿El huevo o la gallina? La moneda está en el aíre. En poco tiempo veremos los resultados de esta inédita apuesta.
Jorge Zepeda Patterson. “El imperio de las bardas o el dinero que no se ve” . Milenio. 17 de octubre de 2023