OPINIÓN SERGIO ALMAZÁN

La pobre fobia…

El pobre, el otro, el indigente es lo contrario al progreso y al desarrollo, afirman los aporofóbicos.

Personas en situación de calle durmiendo.
Personas en situación de calle durmiendo. Créditos: Cuartoscuro
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En las calles de la Ciudad de México es frecuente encontrarnos con personas en situación de vulnerabilidad de supervivencia, y cada vez más habitual la presencia de población “indigente”. Se trata de una realidad que se agrava en varias zonas urbanas del país y del mundo; en el caso de esta metrópoli, las autoridades capitalinas no tienen un informe y censo actualizado del total de población en esta condición.

Un registro de la autoridad del entonces Distrito Federal en 2018 reportaba que había 6754 personas en situación de calle integrada por niños, niñas, adolescentes, adultos mayores y migrantes sin documentos ni siquiera una identidad oficial o a veces sin registro o nombre propio. En este sentido, la Constitución Política de la Ciudad de México, parte del derecho humano a la ciudad y en su artículo 11 reconoce explícitamente a las poblaciones vulnerables (“indigentes”) y en situación de calle, garantiza todos sus derechos, impidiéndose acciones de reclusión, desplazamiento, tratamiento o internamiento sin su consentimiento e incluso obliga a las autoridades a expedir documentos oficiales -cuando los carezcan– a fin de garantizar su reconocimiento como ciudadanos en derechos plenos.

Pero como en muchas ocasiones ocurre, la letra es diferente a las acciones, las leyes adelantadas a las percepciones, cultura y prejuicios sociales; como ocurre con esta población que se ve constantemente vulnerable y revictimizada por la sociedad fuera de la calle; ese el ciudadano que se opone a su presencia en el mismo entorno: ya sea la calle de su barrio, área de trabajo o zona de diversión. Ese rechazo que experimenta un habitante, empleado o cliente ante la presencia de “un indigente” es cada vez más evidente y normalizado entre sus iguales que consideran que las autoridades deben retirarlos, que no son ejemplo de seguridad, de desarrollo y buena imagen para un sitio o la ciudad en general. “limpiar las calles de esa población” implica para muchas personas un deber y una garantía de seguridad que debe otorgar el Estado. El pobre, el otro, el indigente es lo contrario al progreso y el desarrollo, afirman los aporofóbicos.

Este fenómeno psicosocial que experimentan las grandes ciudades con respecto a la población en situación de calle, no sólo va en aumento de un lado y otro. Se extiende el rechazo en forma proporcional en el incremento de estas personas en el espacio público. Los estudiosos han llamado a esta repulsión como aporofobia; y no es otra cosa que una fobia a los pobres y todo lo que ello significa simbólica y socialmente.

El nombrar esa conducta discriminatoria y de exclusión social permite analizar y prever los actos normalizados de violencia a la que son objeto este sector población que por diversas razones: migración, pobreza extrema, desgracias económicas, disolución familiar o violencia. Circunstancias causales existen como personas en vulnerabilidad de supervivencia hay en las calles. Más de la mitad han sido objeto de violencia, vejaciones, abusos y actos discriminatorios por parte de los aporofóbicos que se consideran en superioridad y autoridad para efectuar actos de agresión y discriminación.

Las condiciones actuales de crisis económicas, de seguridad y violencia que vive el país y el mundo, ha incrementado el flujo y desplazamiento de grupos vulnerables de nuestras sociedades que promueve y provoca la situación de calle de muchas de las personas que a diario vemos -en el mejor de los casos– en nuestros barrios y zonas que frecuentamos. Y la presencia de esta población en el espacio público es la prueba de una crisis institucional mayor y pocos son, quizá, los casos de personas que de forma voluntaria decidió la calle como el espacio más seguro para vivir y, aun así, el origen es la violencia e inseguridad o vulnerabilidad que orilló a esa persona al espacio público como su casa.

Empatizar con esta condición social, nombrar la fobia, expresar y trabajar nuestro rechazo a los pobres, es el primer paso, que puede ayudar a promover mejores condiciones y acciones colectivas e impulsar políticas públicas que contribuyan a garantizar una vida más equitativa,  alternativas seguras,  antes de ser la calle el camino de supervivencia. El silencio, la discriminación, la invisibilidad, el rechazo expresa nuestra pobre filia y promueve una mayor ignorancia. ¿De qué lado queremos estar?...

Abramos la discusión: @salmazan71