RUSIA

Joyas antibalas y enfermedades reales

La noche del 16 al 17 de julio de 1918, en Ekaterimburgo, Rusia, el zar Nicolás II es asesinado junto con su familia.

Familia Románov.
Familia Románov.Créditos: Pixabay
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La noche del 16 al 17 de julio de 1918, en Ekaterimburgo, Rusia, el zar Nicolás II es asesinado junto con su familia. Esa noche perdieron la vida la zarina Alejandra Fiódorovna, y sus cinco hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia, y el Alekséi. La familia fue asesinada a tiros y bayonetazos por tropas bolcheviques dirigidas por el revolucionario Yákov Yurovski. La orden fue dada por el Soviet Regional de los Urales y por Vladímir Lenin.

La revolución de febrero de 1917 fue impulsada por las constantes derrotas del Ejército Ruso en la Primera Guerra Mundial y un descontento generalizado por las políticas que habían sumido a Rusia en la pobreza y el hambre. Nicolás II abdicó en favor de su hermano. Después de la abdicación, la familia Románov fue hecha prisionera en el Palacio Alexander, en la localidad de Tsarskoye Selo. Posteriormente, fueron trasladados a Tobolsk, y, finalmente, llegaron a Ekaterimburg.

Se calcula que la ejecución de la familia duró alrededor de 20 minutos. Después de disparar a Nicolás en el pecho y a Alejandra en la cabeza, los tiros fueron dirigidos a los niños. Sin embargo, las joyas que habían cosido a sus ropas, con la intención de pagar todo el apoyo posible para huir, les sirvieron como chaleco antibalas. Al notar que estaban protegidos, los soldados los remataron con sus bayonetas.

El odio a la familia Románov era grande, pero la masacre de toda la familia real podía conmover a quienes aún no estuvieran lo suficientemente convencidos de la pertinencia de una revolución. Para evitar descontentos, se dio la noticia de que el zar había muerto, pero no se especificó qué había pasado con la familia. Por ello empezaron a correr los rumores de que podrían haber sobrevivido. Este misterio alimentó historias posteriores de mujeres que decían ser la princesa Anastasia.

Ahora sabemos a ciencia cierta que todas eran impostoras. En 1991 se encontraron los restos de nueve personas, cinco Románov y cuatro de sus sirvientes. En 1993 se anunció que los restos eran los del zar, la zarina, Olga, Tatiana y Anastasia. En 2007 se hallaron restos carbonizados cerca de la primera fosa y las pruebas mostraron que correspondían a María y Alekséi. Así quedó demostrado que no hubo sobrevivientes.

Además de la duda respecto a la posible supervivencia de alguno de los Románov, esta familia es famosa por haberse relacionado con un enigmático personaje: Grigori Rasputín. Antes de entrar a la vida de la familia real, Rasputín se había ganado la confianza y admiración de la nobleza rusa gracias a sus curaciones milagrosas. ¿Qué interés podrían tener los Románov en él, aparte de cierta curiosidad?

Para contestar esta pregunta, primero hablemos de la hemofilia, también conocida como ‘la enfermedad real’, una enfermedad hereditaria que se caracteriza por hemorragias persistentes, ocasionadas por un defecto en la coagulación de la sangre. Este nombre se debe a que la hemofilia afectó a miembros de familias reales de Inglaterra, Alemania, Rusia y España en el siglo XIX y XX. Probablemente, el caso de hemofilia más conocido sea el de Aléksei Románov, único hijo varón de la zarina Alejandra Fiódorovna y el zar Nicolás Románov. ¿Cómo llegó esta enfermedad al pequeño Aléksei? Alejandra era hija de Alicia, una de las hijas de la reina Victoria de Inglaterra. Se cree que la reina Victoria era portadora de una deficiencia genética que impedía la coagulación. De los nueve hijos que tuvo, tres tendrían el gen. Su hijo Leopoldo murió a los 30 años de una hemorragia intracraneal después de una caída. Sus hijas Beatriz y Alicia, madre de la zarina Alejandra, serían portadoras del gen. Así, a través de Alejandra, el pequeño Aléksei padeció hemofilia. La enfermedad de Aléksei fue lo que propició la enorme influencia del monje Rasputín en la familia Románov, pues fue el único que pudo controlar las dolencias del zarévich con métodos tan diversos como hacer presión en algunos puntos específicos de su cuerpo o simplemente presentarse ante él. ¿Por qué? Quizá porque su presencia serenaba al niño y a la madre, y eso reducía la tensión.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

Héctor Zagal y Karla Aguilar, coautores del artículo, conducen el programa de radio “El banquete del Dr. Zagal”

@hzagal @karlapaola_ab