La ira presidencial

Si López Obrador se precia de ser un presidente respetuoso de la democracia, tiene la obligación de sujetarse al escrutinio público y de la prensa.

Andrés Manuel López Obrador durante una de sus conferencias matutinas. Foto: Cuartoscuro
Escrito en OPINIÓN el

Para nadie es un secreto la ira que acompaña al presidente Andrés Manuel López Obrador. Está a flor de piel y es parte de su carácter, de su manera de ser. Provocarla no representa dificultad alguna. Lo saben sus colaboradores, adversarios, críticos, y cuantos lo rodean. Es el talón de Aquiles del mandatario.

Sin embargo, no se le había visto perder la compostura de la manera tan grotesca como lo hizo el viernes pasado cuando, en un acto que viola la ley, dio a conocer públicamente los presuntos ingresos del periodista Carlos Loret de Mola, luego de revelar el modo de vida ostentoso y posible tráfico de influencias de su primogénito, José Ramón López Beltrán.

Loret, a través de un reportaje publicado en Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, exhibió la vida "ultrafifí" que lleva el mayor de los hijos de López Obrador en Estados Unidos, quien ocupó una mansión propiedad de Keith Schilligs, un alto ejecutivo de la petrolera Baker Hughes que tiene contratos con Pemex.

Casualmente, mientras José Ramón habitó la residencia, junto con su pareja, Caroline Adams, la firma se benefició de mayores contratos, así lo reveló Julen Rementería, coordinador parlamentario del PAN, en el Senado. Con datos de Pemex, explicó que los contratos de Baker Hughes pasaron de 2,900 millones de pesos en 2018, a 4,110 millones en 2019, 6,494 millones en 2020 y 8,850 millones el año pasado. En 3 años, más de 19 mil millones de pesos.

La documentada investigación periodística de Latinus, muestra la fastuosa condición en que se desenvuelve José Ramón López Beltrán, quien dice trabajar como asesor legal de desarrollo y construcción de la empresa KEI Partners, en Texas, sin mostrar documentos que confirmen sus dichos y generando más suspicacias, debido a que su empleador, Daniel Chávez, es asesor de su padre en el Tren Maya.

La publicación de Latinus pegó justo en el punto de flotación de López Obrador: su ficticia lucha en contra de la corrupción y su discurso de la austeridad. La demagógica frase del "no somos iguales", terminó por hacerse pedazos e impactar en lo más profundo del ego palatino, bajo la justificación de: "al parecer la señora tiene dinero".

Sin duda, al mostrar durante la mañanera del pasado viernes la información privada de los "supuestos" ingresos de Loret de Mola, el presidente López Obrador evidenció el talante autoritario que le caracteriza y su aversión a la crítica, por fundamentada que ésta sea. Hasta el día de hoy, el mandatario no ha podido refutar los señalamientos del reportaje.

La estrategia para intentar deslegitimar, agredir y callar al mensajero, ideada en Palacio Nacional, resultó un fracaso rotundo. Un amplio sector de la sociedad reprobó y condenó el ataque al comunicador y a la libertad de expresión.

El apoyo en diferentes medios electrónicos y particularmente en las "benditas redes sociales", fluyó casi de inmediato; se convirtió en abrumadoras tendencias en Twitter. A través de Twitter Spaces, la cuenta "Sociedad Civil México” convocó a un foro de discusión sobre los constantes ataque que reciben periodistas y activistas desde el poder; el ejercicio duró 9 horas con 45 minutos y 639