Los tres amores

Cuando amar es poseer, los celos carcomen la relación. El amante sufre, porque teme perder al amado, del tema escribe Héctor Zagal.

El verdadero amor, ciertamente, exige esfuerzos, sacrificios, ceder en algunos gustos, escribe Héctor Zagal / Foto: Pixabay
Escrito en OPINIÓN el

Creo que hay tres maneras de entender el amor: el amor como posesión, el amor como abnegación y el amor como convergencia.

Algunos se comportan como si amar fuese poseer. Ciertas expresiones dejan entrever esta concepción: "yo tengo pareja", "yo tengo esposa", "yo tengo novio", en lugar de decir, "estoy en una relación", "estoy casado". Este tipo de relación se construye sobre la base del Yo Propietario. Se pretende que la persona amada gire en torno a propio yo. Pero quien cultiva este tipo de amor, está condenado al sufrimiento; pues el amor es impensable sin la libertad. La pareja me ha de amar libremente y, por ende, cada mañana debe, por así decirlo, decidir amarme de nuevo. El poeta Xavier Villaurrutia describe la angustia del amor como posesión en estos términos:

"Amar es absorber tu joven savia

y juntar nuestras bocas en un cauce

hasta que de la brisa de tu aliento

se impregnen para siempre mis entrañas."

"Amar es una envidia verde y muda,

una sutil y lúcida avaricia".

Cuando amar es poseer, los celos carcomen la relación. El amante sufre, porque teme perder al amado. Y lo que es peor, al amante le duele la libertad del amado. Sabe que, como el amor es libre, siempre cabe la posibilidad del rompimiento. El amor por posesión trata al amado con avaricia.

El verdadero amor, ciertamente, exige esfuerzos, sacrificios, ceder en algunos gustos. Amar a otro no es puro y constante placer. Cuidar a la persona amada, cuando está enferma, desvelarse por ella, no es gratificante, ¿cómo decirlo?, desde el punto de vista físico. No niego que el amor contenga un elemento de abnegación. Pero el núcleo de amor de pareja no puede ser la abnegación, la negación del propio yo. El amor al otro presupone el recto amor a uno mismo. En el terreno religioso, el cristianismo lo expresó claramente: "ama a tu prójimo como a ti mismo". La medida del amor al otro es el amor propio. Por ende, una persona que no sabe amarse a sí mismo, tampoco sabe amar los demás.

El amor a otro no debe aniquilar el propio yo. Así como en el amor de posesión, el amante cosifica al amado, en el amor de abnegación extrema, el amante se auto cosifica. Y, no lo olvidemos, el amor es la convergencia de voluntades, no el amalgamiento de objetos.

Y ello me lleva a hablar de un tercer tipo de amor: el amor por convergencia. Me gusta ilustrarlo citando la elegía que escribió el poeta español Miguel Hernández, cuando se enteró de la muerte de su gran amigo, Ramón Sije:

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

(\u2026)

un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

(\u2026)

Hernández lo expresa con belleza contundente. En el amor por convergencia, las alegrías y dolores del amado se sienten como algo propio: "siento más tu muerte que mi vida". Pero esta compenetración, esta simpatía radical, se basa en que, al mirar al otro, quiero lo que él quiere; y el otro, a su vez, me mira, y quiere lo que yo quiero. Las voluntades se entrelazan libremente.

Ramón Sijé no sólo es un amigo a quien Miguel Hernández quiere; es un amigo con quien se quiere. Tanto en el amor como en la amistad, es necesario que las libertades converjan en un proyecto común, un ideal, un punto en el horizonte. El amante ama al amado y junto con el amado.

(El autor es conductor del programa de radio "El Banquete del Dr. Zagal" y profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

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