Los que somos de vanguardia envejecida y aún medimos el tiempo por las hojas del calendario, tendemos al recuento de un año cada que vemos adelgazar el robusto almanaque con que inicia y la raquítica e imperiosa realidad al concluirse. Sigo añorando los obsequios útiles de la tintorería o la carnicería que en la infancia y gran parte de mi vida joven dotaban a la familia de esos populares calendarios al que recurríamos para marcar las fechas memorables, las celebraciones o los días de visitas al médico de los abuelos. El tiempo en esas hojas eran un diario involuntario y público de quienes hacíamos anotaciones en sus páginas.
En los años 50 del siglo XX, el poeta y filósofo italiano Giacomo Leopordi escribía un relato corto que se titula Diálogo entre un vendedor de calendarios y un transeúnte, que describe una breve conversación mantenida entre un humilde vendedor de almanaques y un posible comprador. El relato de Leopardi trataba de ahondar en los enigmas del pasado, igualmente de la aceptación de la desgracia como único reducto posible para poder respirar en un universo apocalítico, donde uno y otro saben que soñar en la felicidad de un tiempo mejor es lo que los mantiene vivos.
A la distancia, casi 75 años más tarde, el texto sigue teniendo mucha vigencia porque pone en evidencia, algo que los seres humanos hemos desarrollado, promovido y exaltado al grado de la vanidad: el arte del porvenir, el deseo misterioso de la felicidad por el año nuevo. Cada ciclo, cada que cambiamos el calendario confiamos y deseamos con firmeza que el nuevo traerá consigo una felicidad renovada, una esperanza que será mejor que el año que se va y sin embargo conforme avanza el tiempo se va reduciendo su esperanza, acortando ese espíritu novedoso, vital de aquella estremecedora vanidad de la felicidad por el futuro. ¿Cuántas sorpresas, dichas, sonrisas y lágrimas caben en su año que está por terminar?... Ese es quizá el saldo y final del relato de Leopardi: un tímido amor a la vida a pesar que sepamos que no será el futuro como no lo imaginamos o deseamos. Quizá el misterio de despedir y brindar por el nuevo tiempo es el impulso, la energía que nos lleva a retar nuestra cada vez más frágil e incierta esa vanidad de la felicidad.
El tiempo aunque lleva varios siglos en medirse igual, con los años se nos pasa más rápido, con la tecnología parece acortarse o retarnos a otras dimensiones, nostalgias y formas de medirlo o vivirlo. Estados últimas tres navidades han estado marcadas por la pandemia, ahora parece que nuestros cronómetros, memorias, calendarios están definidos por la permacrisis, ese estado latente y contante que deriva del covid que no se va y se llevó a muchos de los nuestros, incluyendo la vanidadosa felicidad.
Siempre pueden ser tiempos mejores y peores, más abajo y más arriba, no cabe duda, pero en cada uno de nosotros, de los nuestros y de los anónimos hay un halo de esperanza que ser, estar y vivir mejor en el año que viene. Ahí está quizá sembrada la esperanza en una fecha como la que hoy celebramos, ese nacimiento es una luz que encendemos de queremos no se apague, sea intensa y tenue dependiendo del caminar del año. Cada quien comienza en esta última semana del 2022 a hacer su corte de caja, a sembrar ilusiones y promesas que no importa que no cumplamos a cabalidad, se trata de apostar por el futuro, por el porvenir, aunque se trata de una estremecedora vanidad de esperar, de retarnos y de confianza. ¿Cuál es el balance personal de este año que está por terminar?... ¿Qué aprendimos y desaprendimos que nos ayude a mirar el horizonte del nuevo año? Deseo que el saldo sea más positivo en cada una, uno y unxs de ustedes y en la recta final, volvamos a sentir esa vanidad de la felicidad, motor para continuar a pesar de la realidad.
Abramos la discusión: @salmazan71