El 15 de septiembre más triste de nuestra historia

De la tinta de Héctor Zagal.

Escrito en OPINIÓN el

8 de septiembre de 1847: el ejército mexicano es derrotado por el invasor yanqui en Molino del Rey. El 13 de septiembre, el Castillo de Chapultepec cae en manos del General Winffield Scott. Justo en el momento en que se iza la bandera de Estados Unidos en el Castillo, los estadunidenses cuelgan a varios soldados del Batallón de San Patricio. Scott quería que ese fuera su última escena en la tierra: la derrota del país por el que lucharon. En la tarde del día 13 y durante el 14 de septiembre, la Ciudad de México ofrece cierta resistencia contra los invasores. El arzobispo de México, a diferencia del clero poblano, anima al pueblo a enfrentar al invasor; pero poco pueden hacer los defensores de la capital. El gobierno de la República huye rumbo a Toluca.

Culiacán, Sinaloa, cae en manos de los yanquis también ese fatídico 13 de septiembre.

El día 15 de septiembre, se iza la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional. El 16 de septiembre, Scott organiza un pequeño desfile que parte de la alameda, por toda la calle de Plateros, hasta llegar a zócalo. La humillación es total. México estaba derrotado.

En realidad, la guerra estaba perdida desde hace mucho. Los Ángeles, San Diego y San Francisco, en California, ya estaban ocupadas por los invasores. También Alburquerque y Santa Fe de Nuevo México. En el Pacífico, la escuadra de Estados Unidos ya contralaba Mazatlán y Guaymas. En el golfo, la flota de yanqui contralaba los puertos de Tampico, Veracruz, Frontera y la ciudad de San Juan Bautista (hoy Villahermosa). Puebla, Saltillo, Chihuahua, El Paso y Monterrey también estaban en poder de los invasores. San José del Cabo, en Baja California Sur, ofreció resistencia y no cayó sino hasta el 21 de noviembre de 1847.

La armada estadounidense superaba con mucho a la mexicana. Y el ejército yanqui contaba con armamento moderno y, además, tenía mucho dinero. Por si fuese poco, en plena invasión, hubo revueltas internas.

Algunos mexicanos colaboraron activamente con el invasor, como la Mexican Spy Company, organizada astutamente por Scott, y encabezada por Manuel Domínguez, salteador de caminos, cuya función era perseguir a los guerrilleros mexicanos que hostilizaban los yanquis.

Pero el episodio más bochornoso lo escenificó el Ayuntamiento de la Ciudad de México en enero de 1848, cuando las autoridades le ofrecieron un brindis por todo lo alto al General Scott para agradecerle su tarea pacificadora en México.

Días después, el 2 de febrero de 1848 se firmó en la Villa de Guadalupe, el tratado Guadalupe-Hidalgo por el que México perdió la mitad de su territorio. Texas, California, Arizona, Nevada, Colorado, Nuevo México, parte de Utah, Oklahoma, Kansas y Wyoming.

Con el paso del tiempo, muchos de los mexicanos que se quedaron en aquellos territorios, especialmente en California, perdieron sus tierras, a pesar de que el Tratado estipulaba que se respetarían las propiedades mexicanas. Los invasores encontraron la manera de evadir sus compromisos y despojaron a sus legítimos dueños.

La guerra de 1846-1848 fue una guerra de conquista que marcaría el modo cómo Estados Unidos vería a México en adelante: un país débil y desunido. La guerra fue terrible. El mismo general Scott reconoció en una carta al secretario de Estado de su país que sus tropas robaron, asesinaron, violaron a madres e hijas en presencia de sus esposos y padres, atados con cuerdas.

En 2004, Samuel Hungtinton, profesor de la Universidad de Harvard expresaba en un libro "Quienes somos: Los desafíos a la identidad nacional americana" su preocupación por la migración hispana, especialmente mexicana, hacia EU. Y entre los motivos de de su inquietud, está el hecho de que muchos migrantes mexicanos se asientan en zonas que, históricamente, habían pertenecido a México. Y ello pone en riesgo, opinaba Hungtinton, la identidad de EEUU. Si eso inquietaba a un académico de Harvard, ¿qué nos extrañan los desplantes de Trump?

No nos hagamos ilusiones. Ciertamente muchísimos estadounidenses respetan y quieren a México. Estados Unidos sigue siendo un país tolerante y de oportunidades; pero muchos otros, siguen pensando, como en 1846, que México es un país de bárbaros al que hay que someter.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal