Voy a violar a tu hija

Tenía una mezcla de emociones: coraje, miedo, la duda de si con apagar el celular era suficiente para mantenerme y mantenerlas a salvo.

Escrito en ENTREVISTAS el

Era el 2017, la tarde tranquila, de esas que te dan tiempo para pasar un par de horas en el parque, iba con mi esposo, mi hijo y mis dos hijas. Decidí apagar el teléfono, y guardarlo en el pantalón. Mientras para mi familia el día era ligero, el aire fresco que revuelve el pelo sin incomodar, y el sol que calienta justo lo necesario, para mí, ese mismo escenario, se respiraba distinto: los segundos eran lentos, el corazón me latía pesado. Tenía una mezcla de emociones: coraje, miedo, la duda de si con apagar el celular era suficiente para mantenerme y mantenerlas a salvo. Y finalmente, la desconcertante pregunta de si quien escribió: voy a violarte a ti y voy a violar tu hija, se refería a mi hija de entonces 13 años, o a la que acababa de nacer y paseaba en ese momento arriba de una carreola. No le dije nada a mi esposo, no quería que sintiera lo mismo que yo estaba sintiendo. Porque al final, parecía que la amenaza solo estaba ahí, en mi teléfono, y claro, ahora en mi cabeza que no podía dejar de darle vueltas.

No fue fortuito, los mensajes de amenazas e intimidación respondían a un tuit que escribí sobre el comentario del ahora ya fallecido Marcelino Perelló, quien tenía opiniones sobre lo que significaba o no una violación. Parece que a algunos hombres la lengua se les suelta para opinar sobre lo que significa ser mujer y lo que se siente que te metan los dedos o una escoba. Alcancé a leer el tuit de amenaza, y también otro más en el que un usuario daba la instrucción a su ejército de trolls, para que comenzaran a amenazarme. Así que pedí a alguien más que se hiciera cargo de mi cuenta, parecía lo más sensato. La embestida duró un día, quizá solo unas horas, pero la sensación de peligro permaneció durante meses. Resulta increíble pensar que opinar, pueda poner en riesgo a mis hijas.

Esa fue #miprimeraamenaza pero no la única. En los últimos 3 años los insultos han aumentado considerablemente. ¿Me protejo? Sí, he dejado de leerlos. Pero no protejo a los míos. No alcanzo a explicar la tristeza cuando en una sobremesa mi familia extendida comentaba "las cosas feas" que me ponen en las redes. "Sí", asentían quienes las habían leído y terminaban su comentario con la mirada fija en el plato. A ellos les sigue doliendo, a mí su cara de tristeza me desacomodó el alma.

Desde hace muchos años, abrí una línea para poder tener comunicación con mi audiencia vía WhatsApp. Hoy es común, pero en aquel entonces implicaba un salto al vacío. Era lo más cercando decir al aire la dirección de tu casa. El público ha sido siempre amable, respetuoso y ha sido una fuente de comunicación con mi audiencia invaluable, un ejercicio de confianza de ambos lados. Pero hace unas semanas, mientras me encontraba al aire en radio, mi hija mayor, quien me ayudaba a revisar el teléfono, se paró a mi lado y me mostró un mensaje de WhatsApp. El mensaje que ella leyó primero decía lo siguiente: "Hija de puta no sabes lo que dices López obrador su gobierno es más cristalino y para nada se parece a la de Calderón reconoce que fue un imbécil CAlderon igual que tu infórmate hija de puta (sic)".

Quien lo escribió no temió en darme acceso a su número de teléfono, quizá sí a una respuesta, pues me bloqueó de inmediato. El mensaje es una respuesta a una videocolumna que hice para UnoTv, en la que hablo de las similitudes de ambos gobiernos: militarización, programa de siembra de árboles, registro de usuarios de telefonía móvil.

Invalidar al otro y callar su opinión porque es incómoda, no es nuevo, aun así, no deja de ser lamentable. El insulto como forma de censura no distingue géneros, pero el tipo de insulto sí. Nos mandan a callar más porque somos mujeres, nos mandan a callar en formas que un hombre jamás escucharía o tendría que leer.

Les tengo una noticia, seguiré y seguiremos siendo incómodas, para que con los años, ninguna otra mujer tenga que titubear antes de escribir o decir lo que piensa, no porque sea incorrecto, sino por miedo a que la vayan a atacar. Queremos que ni una más, tenga que callar o que el ejercicio de pensar y hablar tenga como consecuencia recibir una amenaza.