“Ya estuvo bueno de tantas vacaciones”

De la tinta de Pamela Cerderia.

Escrito en ENTREVISTAS el

Pensar que la pandemia, son vacaciones, es cuando menos, insensible. Incluso quienes pueden seguir laborando desde sus casas, cargan con la preocupación constante del contagio que podría ocurrir gracias a las acciones más cotidianas. Aunado a que el trabajo desde casa ha implicado para muchos, más trabajo, más horas de disponibilidad y cuando la frontera entre tu trabajo y tu casa es pararte de la silla, entonces no hay frontera. Sumemos a esto, la presión económica, los familiares o amigos enfermos, y angustia por quienes sí tienen que salir a trabajar, o quienes se han quedado sin empleo.

La pandemia ha pintado en sus justos colores a empresas y empleadores quienes cada quién, a su medida y con sus recursos han tenido que tomar durísimas decisiones sobre los puestos de trabajo, y la forma en que puedan o no seguirse desempeñando. Los despidos van desde la obvia incapacidad para pagar al personal, hasta la seguridad de que ante tanto desempleo, ahora podrán contratar a quienes les salgan más baratos: las respuestas son, en algunos casos, medidas desesperadas por sobrevivir; en otros, retrato claro de su ética y valores.

El 24 de marzo se publicaron en el Diario Oficial de la Federación, las medidas preventivas que tenían que seguir sectores público y privado frente a la epidemia, como evitar la asistencia de personas mayores de 65 años o dentro de los grupos de riesgo, además de seguir gozando de su salario.

El 23 de abril, en el Diario Oficial de la Federación se oficializó la suspensión de labores con goce de sueldo para funcionarios públicos hasta el 1 de agosto, que después se extendió hasta el primero de octubre. Pero la realidad para los empleados y empleadas del gobierno ha sido otra.

Guadalupe había estado en casa, su superior le pidió que se presentara a trabajar. Ella le mencionó que no se sentía bien, algunos de los síntomas que presentaba, coincidían con los de la COVID-19. Ser diabética e hipertensa, tendrían que haber sido motivos suficientes para que su superior no insistiera, aun cuando ella no tuviera síntoma alguno. Pero tenía que ir. El trabajo que "urgía que hiciera" ni siquiera correspondía con su labor, pero al parecer para su jefe, era indispensable que se presentara a archivar expedientes de trabajadores de la frontera.

"No le vamos a pagar a la gente floja, ya estuvo bueno de tantas vacaciones." El reclamo en voz de la Secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, que ha llevado a diversos encargados de distintas áreas dentro de la dependencia a ignorar las recomendaciones oficiales y obligar a asistir a las instalaciones a personal que tendría que quedarse en casa.

Guadalupe fue a trabajar, con síntomas. ¿Quién no lo haría? ¿Quién se arriesgaría a perder su trabajo en momentos como éste? Una semana después, Guadalupe falleció. De diez personas que convivieron en la misma zona, al menos cinco están contagiadas, y a éstas habrá que sumarle la extensión del contagio a sus propios familiares. Hoy, Guadalupe no está, su hija está hospitalizada y tantas otras personas viven en medio de la angustia gracias a un jefe que actuó de forma irresponsable y a una secretaria que, irónicamente, no pone a los trabajadores primero.